El se enamoró de sus flores y no de sus raices....y en otoño no supo que hacer...

Morite de amor, cagón.

Antes de decir que no, pensá que algún día te vas a morir. Sí, te vas a morir.

Metete al mar, despeinate... que la sal te endurezca el pelo y la piel, que te despinte. Metete de día, de noche... que una ola gigante te lleve a pasear y la arena se te meta en los calzones. Que el "toples" sea por la fuerza del agua, menos sexy y más divertido. Cagate mucho de risa, enterrate en la arena, hacé un castillito... sí, estás peludo, pero las ganas de hacer un castillito no se van jamás.


Tirate en paracaídas que tenés más probabilidades de morirte entrando el auto a la cochera de tu casa, cruzando la avenida apurado para ir a laburar, o de un ataque al corazón post- estrés, post- chatarra, post- depresión. Acostate con tu perro y llenate la ropa de pelos, escuchá su corazón... ese sí que late por vos.


Juntate con tus amigos aunque no tengas un puto peso. Siempre hay un paquete de arroz por ahí, o unas criollitas. Juntate con ellos y meate de risa y si los ves con el celular, tiraselos por la cabeza. Putealos, que están ahí con vos... el resto puede esperar. Coman el asado, vayan a la montaña, ponganse en terlipes en el medio de la calle. Sólo para reír. La amistad sana y no hay antidepresivo que le toque los talones.


Viajá. Ahorrá y viajá. Quizás cuando termines de pagar la ropa que te estás comprando ya la hayas dejado de usar. Quizás cuando termines de pagarte tu casa se haya llevado la deuda... toda tu energía. Quizás cuando termines de pagarte el auto te hayas acostumbrado a caminar. Quizás cuando termines de pagar el microondas te des cuenta de que como calentar en el horno no hay. El somnier extra súper archi blah blah "King" puede esperar, mejor una garrafita para la montaña. Escuchame pendejx, viajá.


Viajá, viajá para enriquecer el alma. Conocé gente, culturas, idiomas. Viajá para ver y escuchar que el amor en todos lados tiene la misma lengua. Viajá, tirate al pasto. Vaciá cuarenta y cinco termos de "meta mate y charla" y que te quede la lengua verde de chupar la bombilla mientras guardás las fotos de ese paisaje en tu cabeza. Y si no hay guita, andate igual. Andate abajo de una planta. Tres frazadas, fideos blancos y nada más.


Escuchá, escuchá a tus viejos. Preguntales todo lo que no sabés, todo lo que pasó. Cuántas veces amaron y cuántas perdieron un amor. Preguntales que querían ser de grandes cuando eran chicos. Preguntales porqué carajos no lo hacen si están vivos. Hablá, hablá con ellos que te escuchan hasta en silencio. Deciles que los querés y metete el orgullo post-moderno liberal de "todo me chupa un huevo" en el culo. Porque ellos también se van a morir. Abrazalos como si fuera la última vez... que ni las velas de cumpleaños, ni las estrellas fugaces, ni las vaquitas de San Antonio tienen el poder de conceder la inmortalidad.


Decilo todo. Decilo, escribilo, transmití. Sacate la vergüenza de las venas. Decile que la querés, decile que lo amás. Metele un beso para que no se olvide más. Decile que te dormís y te levantás pensándolo/la. Decile, decile todo lo que se te cruce por el bocho. Sé asquerosamente romántico/a. Empachate. Dejá de hacerte el/la durx que todos bien sabemos lo que siente el otro. Así que... decilo. ¿Qué podés perder? Decile lo que te gusta, lo que te enloquece, lo que te excita.

Dejá de sobarle la espalda a la tristeza y abrazala, abrazala fuerte y que se vaya un tiempo para volver fresquita como una lechuga y así... la volves a abrazar.

Antes de tener hijos... sé un niño, sé un niño todo el tiempo que más puedas. Dormí, salí, reíte, comé chocolates y gomitas y reíte. Fulminá tu juventud... antes de envejecer. Y cuando te pongas viejo, contale a la generación entrante... qué significa cada una de tus arrugas. No les dejes tu cuerpo gris, dejales tus ganas de vivir. Dale viejo, dejalos que jueguen a la pelota en la siesta ¿Te acordás cuando jugabas a la pelota en la siesta? Dale, no llames a la policía. Comprate un paquete de bombitas y cuando te toquen el timbre mojalos también. Dale viejo, viejo las pelotas. Sí, viejas las pelotas pero sangre en el pecho. No fué hace tanto viejo, acordate y reíte con ellos... antes de decir que no.


Autora: Maru Leone

M'hijo el dotor

De todos los oficios, el que más me repugna es el de los abogados. Se me hace cuesta arriba entender cómo es posible que todos los abogados no estén presos. Si este mundo fuera realmente justo, debería haber jaulas a la salida de la Universidad de Derecho. Cada vez que salga un jovencito recibido de abogado, con su toga ridícula y su diploma enrollado, habría que cerrar con llave la jaula y mandarlo al zoológico. Que me perdonen las focas.

La Justicia tiene un bache gigantesco, una tara de nacimiento, por la que le resulta imposible funcionar correctamente. Siempre, en un juicio, habrá un abogado que miente. Siempre habrá uno que sabe la verdad e intenta disfrazarla de otra cosa. Siempre habrá uno que, por dinero, tiene permitido mentir y falsear la realidad. Cuanto mejor sea un abogado en su oficio, más personas dirán de él: "qué hijo de puta".

Y aquí nace el error de ciertos oficios, creo yo. Cuando el mejor en algo es, al mismo tiempo o por eso, el peor, tenemos un problema. Y si la base de la justicia humana recae en uno de estos oficios, si quienes dictan sentencia inapelable son los peores seres humanos de un grupo, entonces el problema es un problemón.

Hay únicamente dos clases de oficios en el mundo: los que ya existían cuando éramos inocentes, y los que no. En un mundo inocente habría payasos, putas, ebanistas, dibujantes y panaderos. Y no habría (por innecesarios) ni policías, ni abogados, ni árbitros de fútbol, ni políticos populistas. Aquéllos oficios, los nobles, están ligados a nuestras necesidades básicas; éstos, en cambio, surgieron por culpa de la degeneración, de la trampa y del caos. Los impuros son oficios que están aquí no desde siempre, sino desde que el mundo es una mierda.

Cuando éramos inocentes necesitábamos reír, comer, sentarnos, viajar, soñar y que nos chuparan la pija. Y por eso teníamos payasos, panaderos, carpinteros, caballos, músicos y putas. No hacía falta más. ¿Qué pasó entonces? Posiblemente ocurrió el primer conflicto. No sabemos cuál, pero podemos imaginarlo. El payaso hizo un chiste que ofendió al carpintero. O el panadero le vendió al músico medio kilo de pan diciendo que eran tres cuartos. O la puta no quiso acostarse con el caballo. Algo de eso.

Entonces nació el abogado: un tipo que debía decir quién tenía razón. Claro que, en los oficios nobles, cada actividad o servicio tuvo siempre una paga. ¿Cómo le pagaríamos al abogado por su trabajo? O mejor, ¿quién le pagaría? Se decidió entonces que el que más tenía más pagaba. No hubo tiempo para llamarle a esa práctica soborno, porque el que más pagaba eligió llamarlo Justicia.

Cada vez que veo o escucho a un abogado me da asco. No puedo evitarlo. Y me preocupa mucho ver de qué manera nos acostumbramos (por una cuestión cultural, por una cuestión de pereza mental) a no objetivizar la vida. Nos parece normal que todo sea así. A nadie le pone los pelos de punta saber que estamos en manos de unos tipos que cobran por mentir, que deciden si vamos presos o no, que deciden casi todo con argumentos rarísimos, con palabras inventadas, con leyes que no tienen sentido y que impulsaron sus abuelos, que también eran abogados o políticos (un político es un abogado más viejo).

Tengo la impresión de que hay un porcentaje mínimo del mundo que está enfermo. Gente ruin, equivocada y manipuladora. Pero lo que más me causa espanto es que el resto mira el circo casi desde la costumbre ancestral, casi desde la resignación, casi de acuerdo.

Los oficios ruines nacen y se reproducen en el seno de la gente ruin, con el objeto de salvar a la gente ruin. Los demás (la gente serena, la gente pobre; la gente) puebla el mundo con el secreto designio de cumplir una condena injusta.

El oficio de puta es necesario. Tanto, que es el primer oficio que se recuerde. El oficio de puta es noble y no le hace mal a nadie. El oficio de policía es innecesario, es post-degeneración, es turbio. Entonces, el policía se mete con la puta, la encarcela, la acosa, le dice chupame y te dejo ir. Nos parece normal.

El abogado defiende mejor al que mejor le paga. El árbitro le saca amarilla al delantero habilidoso que se tira en el área. El diputado sólo recuerda al votante rico y hunde al pobre en la rabia silenciosa. Nos parece normal.

Mi vida, desde el principio, estuvo ligada a la abogacía. Cuando yo era chico, todos me recomendaban ser abogado por dos razones. La única universidad que existía (y existe) en Mercedes forma estudiantes de derecho. Eso por una parte. Y por la otra, todo el mundo descubrió temprano que yo había nacido con la ambigua capacidad de engañar, de convencer a la gente sobre cualquier cosa.

Y tenían razón. Yo habría sido un gran abogado. El más hijo de puta de todos. El más respetado, el que más culpables ricos habría salvado de la cárcel, el que más inocentes pobres habría metido en prisión. Un gran abogado, sí señor. Una mierda de persona. Hasta tendría un chalet con pileta, un auto grandote.

Pero gracias a dios, para cada oficio espurio hay uno noble. Incluso si tu talento en la tierra es el de mentir. Yo por ejemplo elegí contar cuentos y decir públicamente barbaridades sin importacia. Si mi talento hubiera consistido en correr atrás de una pelota, tambien tendría una opción correcta y otra incorrecta: mediocampista o árbitro. Y así podríamos seguir toda la tarde: payaso o político, carpintero o banquero, primera dama o puta.

No sólo eso. He descubierto no hace mucho que mis amigos verdaderos, todos ellos (no son muchos) practican oficios nobles. No tengo un solo amigo que desarrolle una actividad post-degeneración. Ni uno. Y me siento feliz por esa casualidad no buscada.

Por eso, si algún lector de Orsai con oficio degenerado es habitual de estas páginas y ha llegado hasta aquí, debe saber que me da asco tener lectores espurios. Si tuviera lectores de esta clase, les pido que se vayan a otra parte, que no comenten, que nos dejen en paz. Es posible que el mundo esté lleno de gente de mierda, es posible que no podamos hacer nada para evitarlo; pero en mi casa, en mi vida, en mis historias, somos todos inocentes aunque se demuestre lo contrario.

Hernán Casciari